La fábrica de animales, Edward
Bunker, Sajalín Ediciones (2011, edición original 1977), 315 págs. 19,50 euros.
Rara es la reseña sobre un libro de Edward Bunker
que no empieza hablando del propio Edward Bunker, y ésta no va a ser una
excepción. Al fin y al cabo, no todos los escritores han pasado casi dos décadas en la cárcel, como Bunker, ni han actuado bajo las órdenes de Tarantino en Reservoir Dogs como el Señor Azul. A
veces es la biografía de un escritor la principal herramienta para vender un
libro. Y a veces, sólo a veces como en este caso, la maniobra está
perfectamente justificada.
Edward Bunker nació en Los Ángeles en la década de
los treinta, en el seno de una familia desestructurada. A los cinco años acabó
en un hogar de acogida, el primero en una larga serie de centros e
instituciones de las que no dudaba en fugarse a la primera oportunidad. A lo
largo de su dilatada carrera criminal fue
acusado de falsificación, extorsión y robo a mano armada, y dio con sus
huesos en alguna de las prisiones más emblemáticas de los Estados Unidos, como
Folsom o San Quintín, lugar este último donde se ambienta la novela “La fábrica
de animales”.
Bunker, por tanto, siguió durante toda su vida una
de las máximas de los escritores, que reza: Escribe sobre lo que sepas. Sobre su
método el autor dice: “Soy, más bien, un escritor analítico que poeta.
Observo, describo, reflexiono sobre los hechos, sobre lo vivido.”[1]
“La fábrica de animales”, si bien no es una historia estrictamente biográfica,
sí bebe en gran medida de las
experiencias del propio Bunker durante sus condenas y de las historias de
sus compañeros y de otros presos. La novela, por tanto, narra la historia de Ron Decker, un
joven detenido por tráfico de drogas que tiene que cumplir condena en San
Quintín. Allí conocerá a Earl Copen, un preso veterano que decide protegerlo y
con el que entablará una gran amistad.
Con este planteamiento, Bunker conseguirá introducir
al lector en el sórdido mundo carcelario de los años cincuenta; extraño, peligroso
y lleno de conflictos raciales. La novela se usa también como un arma arrojadiza contra el sistema
penitenciario. En San Quintín los presos se vuelven más salvajes con el
tiempo, y Ron Decker constituye un ejemplo perfecto. La cárcel le ha cambiado.
Cuando entró contemplaba la violencia como algo execrable, pasado un tiempo
comienza a justificarla y a considerarla necesaria. O sea, la cárcel como “fábrica
de animales”.
La
corrupción de los funcionarios, las cadenas de favores, la ineptitud de todo el
sistema judicial, la solidaridad entre los presos, el orgullo y la venganza son
otros temas muy presentes en la obra de Bunker. Y el odio racial, que sorprende
al propio Bunker, pues fue algo ajeno a su primera época como criminal. Cuando
entró en San Quintín, en los años cincuenta, no existían los problemas
raciales.[2]
Ron no consigue entender por qué, siendo todos presos de similar condición,
mantienen entre ellos una guerra declarada por motivos tan insignificantes.
Sobre este particular, Bunker comentaba que participó en la guerra racial. “Era
como en una situación de autodefensa. Una vez desencadenadas las hostilidades,
ya no había sitio para el razonamiento ni para la diplomacia. La elección era
la siguiente: defenderte o dejarte masacrar. Aunque no lo seas, la cárcel te
convierte en un racista. Un blanco no podía ser amigo de un negro, porque los
demás blancos le rechazaban y otros negros le apuñalaban, y viceversa.”[3]
Sin embargo, es la relación entre Decker y Copen la pieza más interesante de la novela.
Es una relación con un trasfondo homosexual, “una historia de amor pero sin
sexo”, tal y como la describe Bunker.[4]
En un momento determinado de la novela es Copen el que intenta definir la relación
que existe entre ambos como la relación que mantendría con una mujer si
estuviera fuera de la cárcel.
Es fácil imaginarse a Ron como el joven Bunker
entrando en San Quintín, y a Earl como el veterano Bunker que salió de la cárcel
para no volver décadas más tarde. “Tenía un poco de los dos” dice Bunker “Al
principio, puede ser que fuera un poco como Ron, pero rápidamente me convertí
en Earl. En el mundo penitenciario, era una leyenda viva, incluso mucho antes
de que se publicasen mis libros.”[5]
Un joven Edward Bunker en una fotografía tomada en una cárcel de California. Fuente, Wikipedia.
“La fábrica de animales” es, sobre todo, una novela verosímil sobre la vida en
prisión. Bunker usa un estilo narrativo sobrio, centrado en la acción, pero
que no deja de ahondar en la psicología de los personajes. Su seña de identidad
no estriba en cómo maneja las palabras, sino en las historias que las palabras
cuentan.
Es curioso ver cómo, cuando Bunker es cuestionado
sobre otras películas basadas en la cárcel, sus críticas se centran sobre todo
en esta verosimilitud. Una de sus favoritas es “La leyenda del indomable” (Cool
Hand Luke, 1967). Sobre la relación interracial de “Cadena perpetua” (The
Shawshank Redemption, 1994, basada en un relato de Stephen King), Bunker dice: “Sobre
si es realista, ni idea. En sitios como Maine transfieren a los peores presos
fuera del sistema federal, así que puedes tener prisiones menos duras como esa.
Pero para el 99,9% de las cárceles, esa historia es totalmente fantasiosa.” Y cuando
llegó al rodaje de Reservoir Dogs y tuvieron que filmar la primera escena de la
película, todos vestidos de traje antes del robo, Bunker exclamó: “Esto no es
real. La camarera nos reconocerá cuando hayamos terminado el trabajo”.[6]
La propia “La fábrica de animales” fue llevada al cine en el año 2000, en una producción
dirigida por Steve Buscemi y protagonizada por Edward Furlong y Willem Defoe,
con la participación de otros actores como Danny Trejo (amigo de Bunker), Mickey
Rourke y el propio Bunker. El escritor acabó razonablemente satisfecho con el
resultado, y en general la película cosechó buenas críticas.
Edward Bunker murió en 2005, a los 71 años. Desde
el 2010 la editorial Sajalín Editores ha realizado una gran labor recuperando
su obra, prácticamente inédita en castellano. Gracias a ellos podemos disfrutar
de una novela tan emblemática como “La fábrica de animales”, así como de otras
grandes obras del autor, como “Perro come perro” o “Little Boy Blue”.
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