sábado, 23 de agosto de 2014

Reseña: Extraños Eones, de Emilio Bueso



Extraños Eones, Emilio Bueso, Editorial Valdemar, (2014), 280 págs, 19 euros.


Me pensé mucho lo de comprarme “Extraños eones” de Emilio Bueso, porque el libro es algo caro (y más aún en libras, casi 24 euros al cambio de Amazon; ya les vale). Caro porque no es un libro muy largo, y yo ya no estoy acostumbrado a comprar ediciones de tapa dura de primera mano. Pero bueno, es la editorial Valdemar y es un autor español, y las tiradas son bajas, y supongo que el precio también tendrá algo que ver con todo esto. Los libros de poesía valen sólo un poquito menos y tienen muchas menos palabras, y ya sé que está feo comprar la literatura al peso, así que no insisto más.


El caso es que por esta razón, leí bastantes reseñas antes de decidirme. Todas ponen al libro muy bien y vienen a destacar las mismas cosas. Que si Bueso usa un estilo muy directo y muy coloquial que o bien se ama o bien se odia. Que lo más interesante de esta novela es la descripción de la vida de los niños del Cairo. Que si es como una historia de Lovecraft con los Goonies, etc. Intentaré desmarcarme un poco de todo esto y dar mi opinión personal.

La idea del libro, según la contraportada, es darle una vuelta de tuerca a los Mitos de Cthulhu. Con esta premisa, el autor nos introduce en la vida de un grupo de chiquillos que sobreviven como pueden en un mausoleo de El’Arafa, que es el cementerio principal del Cairo. Una noche, unos extraños llegan en un Mercedes a un panteón cercano que estaba sellado, encienden un fuego y se ponen a montar un ritual con cantos. Y a partir de ahí empieza a desarrollarse la trama del libro, que me ha gustado; sobre todo por la representación tan realista que hace del Cairo. 

Fui al Cairo hace unos años, y la verdad es que viene a ser como si el Tercer Mundo te diese una hostia en la boca. Las casas parece que acaben de sobrevivir a un bombardeo. A los niños que intentan acercársete se los espanta a pedrada limpia. Las mujeres no te miran a los ojos. Los autobuses de turistas circulan en convoyes hacia los sitios más emblemáticos de Egipto custodiados por vehículos militares. Hay francotiradores sobre la fachada de los templos de Abu Simbel. Todo es peor aún porque no te lo esperas. Tú llegas ahí pensando en los faraones y tal.

Emilio Bueso ha visto ese Egipto –hasta donde puede verlo un occidental, claro- y te lo cuenta. Te explica por qué las casas están a medio construir. Te hace entrar hasta el corazón de la Ciudad de los Muertos, en los basureros, en los tejados, en las saunas que sirven de tapadera para la prostitución infantil. También te dice cómo se ganan el pan y la droga los homies, ese medio millón de niños que viven en la calle. Sobreviven como pueden. Limpiando botas, recogiendo basura, robando y cosas peores.

A mí ese Egipto sucio y realista me ha conquistado. También sus personajes, Benipé, Khaldun, Ibrahim, Ideodaniach, Tata e Islam. Son presentados de forma independiente, de un modo parecido a como hizo el autor en “Cenital”, otra de sus obras. Acabas el libro y te quedas con ganas de saber más de ellos, parece que tienen una vida más allá de las páginas. La facilidad con la que Bueso consigue hacernos identificar con cada uno de los diferentes personajes que habitan su novela es otro de sus puntos fuertes.

                Luego también hay una historia con polillas del Más Allá y primigenios, o algo así, y una pareja de Barcelona que recibe en herencia una tumba sin nombre. Y mira, contra lo que dicen algunas reseñas de que todo eso queda algo flojo, esa parte también me ha gustado. Daría para otro libro entero, contado desde un punto de vista muy distinto. Me sobra sólo un capítulo, que es cuando Bueso te mete hasta la cocina, hasta la sala del trono de los Dioses Exteriores. Igual es que necesitaba una explicación (aunque el fragmento lo único que hace es justificarte la falta de una explicación), pero a mí me parece que la cosa pasa del erotismo a la pornografía. Vamos, que no hacía falta enseñar tanto.

                Con respecto a la parte de los Mitos de Cthulhu, tengo que admitir que me gusta Lovecraft, pero no soy un experto en su cosmogonía. Guardo un buen recuerdo de relatos como “En las montañas de la locura”, “El horror de Dunwich”, “El wendigo” y “Los perros de Tíndalos”, entre otros muchos. Los leí en Galicia, y se produjo en mi cabeza una asociación entre esas descripciones bizantinas, la lluvia fina y constante y el paisaje de acantilados y de bosques de eucalipto. No encuentro nada de todo eso en “Extraños eones”, pero es una apreciación muy personal. El estilo de Emilio Bueso es completamente distinto al de Lovecraft. Para mí esto es algo bueno, no sé para otros. De imitadores está el mundo lleno, y creo que el de Providence no hubiese contado jamás una historia de huérfanos cairotas.

                En definitiva, el libro me ha encantado. Está bien escrito, es muy original y engancha. El ritmo de la narración es ágil, los personajes son interesantes, la ambientación está muy cuidada. No sé, poco más se puede decir. Son este tipo de libros los que legitiman la literatura de género. Libros que arriesgan, que son diferentes, que van más allá del escalofrío y que cuentan una historia sobre personas, que al final es lo que todos queremos leer.

Me queda sólo una reflexión que tiene poco que ver con el libro, y mucho con la temática de este blog. En varias entrevistas Bueso se queja de la situación de la industria literaria. Yo no lo voy a poder explicar mejor que él, así que pongo el ejemplo que me ha parecido más representativo. En sus propias palabras:

“A día de hoy, los números que arroja esto para el novelista ya no tienen sentido ni siendo un superventas. Todo nos está empujando a escribir únicamente para satisfacer el ego, las inquietudes creativas, el entusiasmo estético y el propósito político… El problema conmigo es que yo siento que ya he conseguido bastante de todo eso. Quiero mucho a los pocos miles de lectores que tengo, y me encanta cuando veo que valoran mis libros, o que me abrazan en los bolos; pero teniendo un empleo que lo es, un crío de tres años y una vida plena no me veo dejando de lado todo eso sólo para hacer más literatura y ruido en la oscuridad. La cantidad de tiempo y energía que me exige sacar una novela al año se me hace demasiado alta como para justificar un simple hobby. La presión, las horas de sueño, ver cómo todos los efectivos de la industria viven a tu costa sin rubor alguno, recorrer miles de kilómetros, despachar con prensa hostil y muchos haters… Es un puteo excesivo si luego cuando el libro va agotando su tirada todo cuanto hay para el autor son palmadas en la espalda.”[1]

Me parece lamentable que un autor que ya tiene una trayectoria sólida, con cinco novelas, con dos Celsius y con un número de seguidores considerable, sea incapaz de poder malvivir siquiera de la literatura. Ya no es sólo que se venda poco en general, es que parece que el último mono de la industria editorial es el autor, que tiene que escribir por placer. 

Escribir -escribir bien, se entiende- cuesta muchísimo trabajo y sacrificio. Habitualmente es una tarea agradable, pero ni siquiera esto es cierto siempre. Si la literatura no fuera rentable, las editoriales (aquí léase editoriales “medianas y grandes”), que al final son empresas, no publicarían libros. No entiendo cómo es posible que el escritor sea el único que no pueda vivir de su trabajo.

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