Dominio público. Fuente.
Hoy os voy a contar la historia del mayor bloqueo de mi vida, y de cómo lo
vencí. Duró un año entero, así que creo que he batido algún tipo de récord. Mi
musa debió de agarrársela muy gorda. Y no, la historia no tiene nada que ver
con una chica.
La cosa es que yo antes fumaba. Tabaco negro, de
ese que expulsa un humo azul índigo que te rasguña la tráquea, del que embarra
tu saliva en alquitrán. Fumaba al levantarme, con el primer café. Fumaba por la
calle, de camino a mil sitios. En la parada del autobús. Con las cañas. Con las
copas. Después de comer y después de follar. Y, por supuesto, fumaba al
escribir.
Antes de dejar de
fumar, me leí el libro éste tan famoso y pasé por un montón de páginas
de internet. En alguna parte te decían que la mejor forma de evitar el vicio
era cambiar tus rutinas. Dejar de hacer las cosas que hacías antes y que
asociabas con el tabaco. Perfecto, pensé. Se acabó el café, el pasear, el
esperar el autobús, el tomar cañas, copas, el comer y el follar. En lo de
escribir no pensé demasiado, la verdad.
Dejé de fumar. Lo
conseguí sin demasiados problemas, sin dramas ni bebés colgados del techo a lo
Trainspotting. Lo que pasó fue que seguí haciendo todo lo que hacía antes, pero
con una salvedad. No volví a escribir una sola palabra en un año.
Suena muy mal, lo sé. Se
supone que un escritor necesita escribir para sentirse vivo. Escribimos porque
no podemos concebir la existencia sin escribir. Que sí, que vale. Pero bueno,
las cosas como son. Un año de bloqueo. Un bloqueo que ríete tú del bloqueo de Cuba.
También es verdad que si nunca más hubiera podido escribir, habría vuelto a
fumar. De nuevo, las cosas como son.
Tengo que ser sincero. La mayor parte de las veces
no puedo evitar el bloqueo. Como hoy, por ejemplo. Me había marcado un objetivo
sencillo. Mil palabras. La mitad de lo que suelo escribir. Pero no mil palabras
de cualquier cosa (el blog no cuenta, por ejemplo). Son mil palabras de una
novela. Sé lo que quiero escribir, tengo la escena en la cabeza. Puedo
visualizarla plano a plano. Casi me sé el diálogo de memoria. Y aun así.
Fumar mientras se escribe ayuda, aunque no tengo
ni idea de por qué. Lo dice Stephen King, “la nicotina potencia mucho la
sinapsis. El problema ya se sabe cuál es: Que te ayuda a escribir pero al mismo
tiempo te mata”. Como soy exfumador, en días como hoy me levanto del escritorio
ochocientas veces. Antes tenía mi guitarra al lado. Rasgaba unos acordes,
tocaba algo y, con suerte, otra vez al lío. Pero ahora ya ni eso.
No soy uno de esos tipos que escriben manuales de
prácticas literarias desde la comodidad que les dan las cifras de ventas de sus
bestsellers. No tengo respuestas para
evitar el bloqueo, así que sólo puedo ofreceros unas cuantas ideas que a mí me
han funcionado a lo largo de los años.
Los
nudos en los argumentos los deshago caminando. Caminar se parece mucho a fumar, en el sentido de que es una actividad
que te entretiene, pero que al mismo tiempo te deja la mente libre para pensar.
Cuando empiezas a dar un paseo nunca sabes a dónde te va a llevar. A veces no
ocurre nada, y a veces la cabeza te explota por la avalancha de ideas. Llevo el
móvil siempre conmigo, con una aplicación que funciona bastante bien como
grabadora. Antes usaba un montón de libretas y de cuadernos de espiral. Ahora
también los uso, pero no cuando estoy caminando, porque son muy incómodos.
Si el bloqueo es de otro tipo, como el de hoy,
sopeso varias opciones. Salir de casa
con mi portátil suele ser la mejor. Así
que sí, yo también me he convertido en uno de esos gilipollas que se ponen a
teclear en una mesa de un pub o de un Starbucks. Preferiblemente en un sitio
donde no llegue el Wifi. Ahora llega a todas partes, dirás, y tienes razón.
Pero mira, un truco: mi portátil tiene un botón para encender y apagar el
wireless. Por mucho que necesites comprobar un dato en google para lo que estás
escribiendo, te aseguro que puede esperar. Documentarse y escribir son dos
actividades distintas; mejor no mezclarlas. Fuera de casa, sin las tentaciones
de internet, y con un poco de suerte, puedo sacarle al día dos o tres horas
limpias de trabajo y con eso me conformo.
Leer en general ayuda. Y leer sobre escribir aún más (y perdón por la pequeña autopromoción).
No es que vayas a encontrar la solución a tu bloqueo particular en un libro de
técnicas de escritura, pero los consejos de otros animan a seguir adelante. El
trabajo del escritor es una actividad solitaria, y a veces es importante tener
en cuenta que hay otras personas como tú ahí fuera enfrentándose a los mismos
problemas. Los manuales de escritura son los libros de autoayuda del escritor,
y también una forma indirecta de hablar con otras personas del gremio sobre tu
trabajo.
Y por último,
si todo lo demás falla, solo queda renunciar. Como hoy. Un escritor
–incluso los que no publican- hace muchas más cosas, aparte de escribir. Hay que
revisar relatos, fragmentos de novela. Enviar y leer correos. Buscar concursos
literarios. Escribir en el blog, actualizar Twitter, y todo lo demás.
Lo más importante, y lo que no debes nunca
olvidar, es que mañana tienes que volver a sentarte frente al folio en blanco y
volverlo a intentar. Así una vez o las que haga falta. Como si es durante un
año entero.
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